miércoles, 19 de noviembre de 2008

El amor en lo imposible

¡Cómo agota!

Pasado el primer impulso te sorprende y luego te das cuenta. Llega como una revelación pero progresiva y sigilosa. Sin darte cuenta te vas convenciendo...Y, de pronto, está ahí; como desde hace un millón de años. Estás cansada, harta y otra vez harta.

Es como la necesidad de ir a la peluquería a cortarte las puntas y a darte algo de color. No lo sabes hasta el día en el que decides ir sin retrasarlo un segundo más. Pero tu pelo se ha ido estropeando poco a poco, día a día. Y lo has estado viendo, a ratos, casi nunca de frente sino sesgadamente y por unos instantes cada vez. Y de pronto te ves insoportablemente desarreglada. Pues así pasa con el amor. Todos los días tu melena ondea al viento y pregonas que estás enamorada de él. Las dificultades y los impedimentos, sus niños y su mujer, todos los miembros de su entorno y todos los qué dirán y los para no hacer daño a nadie. Al final te das cuenta de que sigues enamorada pero ya agotada y sin fuerzas, resignada, entregada al que sea lo que dios quiera.

Y luego una cita, una reunión con amigos comunes, una mano que te busca y una boca que te encuentra y todo vuelta a empezar. Otra vez las uñas hechas, las puntas saneadas y el baño de color impecable. Y otra vez el sol, el cloro, ese champú que aún no sabes si te sienta bien o mal, por caro que sea...Y otra vez que necesitas arreglarte porque te has estropeado con los días.

Y es precisamente este ir y venir a la peluquería, esta fluctuación en las emociones, lo que va gastando el impulso, que sigue intacto en en la intención pero menguante en la forma.