miércoles, 2 de octubre de 2013

Ay, ay, ay

Chona, te lo tengo que contar... No sé de qué manera, no sé en qué momento, pero ha empezado a suceder otra vez.

Llega un día en el que, como una revelación, sientes que no te va a suceder más. Te sientes sola, quizás  un poco triste, pero firme y de alguna manera reconfortada; has vuelto a ganar la independencia que tanto tiempo atrás tanto esfuerzo te costó conseguir. Eso te genera una sensación de invencibilidad (sobrepuesta ya a la impepinable sensación de imbecilidad, por la que también pasas sin remedio), primera de las nuevas buenas ondas que empiezas a percibir.

¿Que no vas del todo arreglada? No te importa, tu sonrisa y tu escote, y si no tu conversación, te salvan y te aúpan. ¿Que nadie te hace caso? Flor, ellos se lo pierden y, además, ni falta que te hace. Tu fe en ti misma se consolida un poco cada día. Todo empieza a funcionar otra vez. O eso crees...

Un día crees que aquel hombretón que te abrió la puerta para dejarte pasar se te quedó mirando (casi pierdes el paso al suponerlo e intentar colocarte la falda sin que se notara, ¡que esfuerzo, mi niña!). Otro día crees ver una sonrisa peculiarmente atenta a tu forma de andar. Y justo el día antes vuelves a reconocer el aroma de ese perfume de GUCCI que tanto te gusta y no sabes el porqué.

Y llega ese día en que lo tienes claro: ¡te están rondando!

Eso es lo que pasa. Pues bueno, Chona, querida. Creo que es oficial. Guapo, alto, educado, limpio y galante, muy atento con las mujeres y otro montón de cosas que me han dicho y que no te voy a contar hasta que las confirme. Tú ya sabes.

Voy a apartar para otro momento todas mis revelaciones, todas mis determinaciones al respecto. Todas las cosas que dije que no volvería a hacer, todas. Las voy a poner en un ladito junto al botiquín de sentimientos y le voy a dejar hacer.