jueves, 26 de marzo de 2015

Llegar

tarde la inauguración de la exposición. Todo el mundo te invita a mirar hacia un sitio en concreto dándote la espalda. Todos en silencio, todos aplicados. Y a ti que te pesa el máster en arte neolítico y tu curso avanzado de estadística sociológica. Tú sólo quieres ser simple. Sencilla, aunque simple también.

Ay Fefa, que "desinquietud". Sabes que hoy no vas a encajar, aunque todos esos intelectuales beban cerveza a morro y por el morro. Te conoces, y estás muy "jocicuda" para aguantar esto.

A los diez minutos, como una revelación, te llega el fogonazo. Hoy toca fango, hoy toca fondaje, arrabal y canalla. Hoy toca un paseo por donde el máster y tu estadística funcionan como una linterna, y como un foco sobre ti.

Una mañana normal,

un día normal. Nada y frío. Nada excepto él. Todo el día rondando por mi pensamiento, dando vueltas a mi corazón, estrujándome el alma y volviendo a llenarla.

Y otra vez el frío. El que llega desde las personas huecas, las desconsideradas e incapaces de considerar nada más allá de ellas mismas. La banalidad de los egos y los ombligos.La multitud de soledades. La intergaláctica distancia entre las personas. La cohabitación de espacios diferentes y al unísono... ¡BAAAH! ¡BUUUH!

No te soporto querido mío. No te soporto más. Tú madre tenía razón (cómo se ha puesto de moda hablar de las madres, de las de una y de las de las otras. Un recurso fácil, todas tenemos pero ninguna conoce a la de la otra). En fin nené, que tu madre tenía razón: te chalaste. Si hasta mi amiga Chona, tu defensora más ferviente, no se lo explica. Yo paso. No tengo fuerzas.

Vuelve el frío, el que duele, el de estar sola. El que hace fuerte y el que agota, el que te mejora y endurece. Vuelve el frío. Normal, de mañana, lo de siempre. Frío.