martes, 17 de septiembre de 2013

Girar,

dar vueltas como un demente músico balcánico o un danzarín tunecino...Una pirueta, un salto, una muestra de habilidad y resistencia. Seguir girando. Un violín y una trompeta. Y una cabra. Más vueltas. Entregada a mi condición de acróbata penitente.

Un vaso, una sombra y una sonrisa. Un instante de calma y una nueva estrofa, un nuevo compás. De nuevo a girar. Extenuada, sin posibilidad de cambio... Sí. Una nueva pirueta y ya no hay sonrisas. Sigue la acrobacia. Poseída. Vueltas, vueltas, vueltas.

Agotada querida, agotada y, sin parar, otra sonrisa que acelera los giros. Igual. ¿Es angustia, es cansancio? ¿O sólo el devenir de las cosas que hace tiempo han dejado de ser sencillas?

Me hago dura, crezco y junto los brazos a mi cuerpo. Tomo el control. Giro con más fuerza y sube el volumen de la música. Sorprendentemente veo con más claridad. Otro vaso. Una mano abierta y otra vez la sonrisa.

Suena el despertador, las siete. El corazón en la garganta, agitada y contenta. ¡¡Como hacía tiempo!! Es sábado. Estoy sola. Empieza el día y al mundo nada le importa, gira, gira...