miércoles, 16 de septiembre de 2009

Ordenar los armarios

vaciarlos, pintarlos por dentro, empapelarlos, arreglar la bisagra de la puerta y el tirador de la gaveta que me levanta la pintura de las uñas cada vez que, despistada, meto mal la mano (últimamente ni siquiera la meto. ¡Ay! que fácil me salió el chistito. Yo me entiendo...). Luego dejar que seque todo ordenando mientras la ropa del niño, separar (hoy nadie dice tirar porque es una verdadera bastada el no pensar en los demás...) la que le queda chica. Montañas de ropa para llevar a las monjas, ¡cómo crece la criatura!


Con el corazón no es tan fácil, mi niña. Yo sé que tú has podido hacerlo otras veces, pero a mí no me sale. O me compro un armario nuevo o acaba comido por las polillas. Fíjate. Por usarlo poco o por usarlo mucho, al final se jode y hay que ponerse a arreglarlo...

Tres armarios empotrados del pasillo y el del dormitorio tendría que ordenar yo ¡por lo menos! Pero me cansa. Se me hace muy cuesta arriba enfrentarme a todo eso. Reyes salió así de su agujerito personal y le fue bien. La ayudamos todas las del grupo. Ahora está muy ocupada, creo. Hace mucho tiempo que no sé nada de ella, ni de sus cosas. Solía ser una buena amiga, en ejercicio y concepto. A ver si me la encuentro en un semáforo. Sí, son los sitios perfectos para, por unos segundos, hacer propósito de enmienda, y hasta que se ponga verde, volver a reanudar esa amistad tan intensa que fue y que ya no. "...te juro que te llamo..." Claro.

¡Pues mira! Me llaman al teléfono, ahora vuelvo.