lunes, 6 de julio de 2015

Acercarse al borde,

es como acercarse al borde, alongarse(*) en el balcón o caminar justo en el precipicio.

A veces es adrede, muchas veces, como aquel que paseaba por el lado salvaje casi silbando y relajado pero que, luego, resultó ser más comedido de lo que una servidora esperaba. No eras tú querido Lou, tú siempre has estado por encima de estas miserias terrenales. Y cuando bajaste al suelo ya no importaba nada.

Otras veces sucede sin darte cuenta. Y son esas veces las que me asustan de verdad. Nunca las ves venir, te atrapan desprevenida, confiada y segura de lo tuyo. A los pocos segundos de haber sucedido te das cuenta del riesgo que has corrido. Y se te eriza la piel y te corta la voz esa pesada sensación de metal en la boca:  ¡de la que me acabo de librar! Y la adrenalina que, a destiempo, empieza a recorrer tu torrente sanguíneo, hace que tiembles, llores, o peor, cojas la puerta para siempre...

Y luego el abatimiento. Después, el análisis; reflexiones en busca de una razón para lo sucedido y lo que, gracias a no sé quién, no sucedió. Y después el alivio y el voluntario martirio de recordarlo una y otra vez hasta el hastío... ¡menos mal que no pasó!

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Alongarse, extranjeritos míos, es asomarse con más que evidente riesgo de pegarte un buen talegazo