viernes, 15 de mayo de 2015

Nunca nos lo cuentan

Nadie nos lo dice. Simplemente pasa. Un día, en un instante se da todo eso necesario para que suceda. Nadie viene y te susurra al oído que hoy va a suceder. Nadie te avisa de que ocurrirá en ese sitio, en ese momento determinado. Tu madre no te advierte amenazante "cuidado que hoy puede pasarte". No. Nunca es así.

¡Ay Carmita! No es así. Un día te despiertas convencida de que estarías mejor acompañada. De que podrías volver a ser tú pero con pareja, de que ya estás lista. De que puedes volver a dejar que alguien se acerque y te haga sentir diferente, mejor persona, que te ponga el corazón blandito. ¿Un momento de debilidad? Vete a saber...

Y ese momento llega. De pronto, sin avisar y casi violentamente. Te covences al segundo: hoy me enamoro. Algo como lo que le debió pasar a la mujer del chico aquel del estanco debajo de casa de tu madre, que vio todos aquellos décimos y le entro el arrebato y se gastó media paga de invalidez para que después no le tocara ni un reintegro. Pues así, pero más bonito.

Qué ganas, ¿verdad? A veces las cosas pasan, eso dicen. Nos vemos en la plaza para que me enseñes cómo era ese punto para unir las cremalleras. Nicolasito rompió el pantalón ayer, ¡y es nuevo!

De huelga,

hoy estoy de huelga de brazos caídos. Caídos por los lados, rectos y lisos, pendiendo de los hombros. Abocados al dolce far niente, no tan dolce. Decididos a no hacer nada productivo, como un judío en sábado. Mis brazos emplazados al ocio rotundo y contundente.
Como si de una iluminación budista se tratara. Complacientes, desidiosos y determinados, entregados a la nobiliaria tarea de holgar. En franca y concisa señal de protesta. Como rebeldía juvenil por lo inexplicable ante su anhelo irreverente de volver a abrazarte ¡ya!

Mis brazos te esperan colgando de mi cuerpo, mansos, dóciles y decididos.