domingo, 26 de enero de 2014

De la Estadística me fío,



de la Sociología también, creo que sí. Sabes Maruca que yo no estudié mucho, Nicolasito y su padre y, sobre todo, mi falta de visión de futuro, vinieron a acorralarme cuando aún era una niña. No fueron suficiente ni tu cabreo ni el que mi madre dejara de hablarme un mes del enfado cuando le dije que dejaba los estudios, que estaba embarazada y que me casaba. Mucho de una sola sentada. Pobre mamá, pobre de mí...

Pero bueno, de eso hace ya un montón de tiempo.
 
Siempre pensé que era mejor dejarse llevar por una pasión que marchitarse en la mecedora viendo pasar la vida desde la ventana, como hizo tu abuelita Pilar; ¿cómo resistirse a no decirle nada a aquel muchacho que le secuestró hasta el habla...?

Pues hoy me desperté y pensé que a lo mejor no. Una siempre fiel a la idea que tiene de si misma y quizás se está perdiendo la vida que sus otras identidades, consciente de tenerlas o no, le podrían haber proporcionado... Quizás la mecedora y la ventana no están tan mal, a lo mejor, poniendo una copita de mistela los sábados por la tarde.

Justo después de la ducha ya había vuelto a cambiar de opinión. ¿Cómo no entregarse a la excitante sonrisa, cómo no sucumbir a una conversación inteligente, Maruca?. ¿Cómo mantenerse firme, sólida y segura ante el sonido de la risa y la mirada sosegada? Y además, ¿por qué hacerlo? La Charo siempre me dice que soy una funambulista, que me acerco a los hombres como lo hacen aquellos equilibristas mejicanos que cruzaban por un cable entre dos rascacielos en Las Vegas. Y después de la caída, como loca deseando volver al alambre. Tiene razón. Siempre la tiene la muy jodida.

Después de tantos intentos una va desarrollando cierta habilidad.


¿Sabes qué te digo mi niña?  Que sí, que la estadística es de fiar. Y seguramente la Sociología es bastante más terapéutica. Y desde luego, muchísimo mejor que los libros de autoayuda.