miércoles, 10 de febrero de 2010

¡Ay mi niño!

Me pediste ayer consejo. Pero chico ¿yo, que no resuelvo para mi ni los asuntos más sencillos? Pensabas que no pasaba por aquí por lo del amor y tengo que confesarte algo. Sí, es por eso, por el amor. ¿Y te digo una cosa? Estoy harta, cansadita y harta de mí y del amor. Del amor y sus mil lados.

El hastío qué feo es. Yo me temo cuando me veo así. Pero ahora voy decidida, sin mucho ímpetu (¡Jesús, qué palabra! Ímpetu...) eso, sin mucho ímpetu pero tranquila y fríamente decidida. Casi sin dolor. Es que me paso el tiempo doliéndome el amor. Sí, yo a mí misma. Contrariada y confundida, sin ver lo bueno (por poco que me pueda parecer en algunos momentos) que me pueda estar reportando la situación. A tomar por culo (oye, discúlpame, pero es terapéutico. El sicólogo me dijo que fregara la loza para distraerme. Paso, yo digo exabruptos y que friegue él si quiere, ahí tiene la tonga de platos y vasos de dos días, hasta que venga el niño que está con ese otro cretino, su padre. ¡Ay! no sé si será bueno que me altere a estas horas...) no quiero complicarme más. Me cansa mucho.

Como ves no tengo el cuerpo para folías, ni el alma para malagueñas. El frasquito de las pirulas lo escondí la última vez, por orgullo y rabia. Pero hoy siento que empezaría uno ahora mismo, para salir de este estado de ánimo, de esta encrucijada emocional, generacional, cultural y presupuestaria que me hace ir hablando y pensando en blanco y negro, en el blanco y negro de los NOticiarios DOcumentales y no en el de las fotos bonitas de las calles de Berlín o de las de Ann Fetamina de bebé con una margarita en la cabeza - te pico el ojo Ann - sonriente y redondita.

Me preguntaste qué podías hacer, qué haría yo en tu situación. Lo siento rey moro, lo siento de verdad pero sólo puedo aconsejarte que cruces la calle, al lado soleado, y que cuando estés allí me avises, me digas si hay sitio (supongo que estará vacío) y me ayudes a cruzar a mí. El resto te lo cuento después, poniéndonos protector solar...