miércoles, 29 de julio de 2009

¡Qué calor chica,

qué calor! No me acuerdo (porque siempre se quiere olvidar eso) la última vez que pasé tanto calor. Es como los partos, que te olvidas de lo que sufres hasta el punto que quizás te planteases el tener otro hijo (una niña esta vez, por favor). Pues no te acuerdas del día del verano pasado en que pasaste tanto calor.
En el trabajo, pegada a la silla, la mente plana y un poco sorda por el incapaz ventilador: sí, en esta oficina no hay aire acondicionado (ni talento, ni nada gratificante...). Eso, lo del aire, puede estar bien. La Naturaleza y el efecto invernadero, todos lo sabemos. Pero hay momentos en que te dan ganas de meterte en el coche con el chorro a mil y que se fastidien Kyoto, los Polos, las focas y el Amazonas. Luego lo piensas mejor y te pones roja de vergüenza por haber pensado lo otro, con lo que te da más calor (por el sofocón, se entiende). Así que mejor no pensar y esperar que llegue el momento de la caña a la orilla de la marea viendo pasar jovencitos en bañador ajustado. Y te vuelve a subir el calor, con lo que o te vas a un sitio con aire acondicionado o te tomas otra caña que luego te hace sudar un poco más.
Oye, complicado lo de estar comprometida con el medio ambiente con este calor.