sábado, 11 de noviembre de 2017

Las preguntas


las preguntas idiotas de la mercadotecnia. Hay algunas famosas. Incluso con musiquita asociada que las dispara en tu cerebro al momento de escucharla: ¿A que huelen las nubes? También preguntas históricas que han hecho perder el tiempo a la Humanidad: ¿cuantos ángeles caben el el ojo de una aguja? Otras preguntas que han movido a esa misma Humanidad hacia adelante: ¿Qué hay más allá del Fin del Mundo?

Hay preguntas que se hace cualquiera de nosotras: ¿Habré cobrado ya? ¿Me está mirando a mí? ¿Qué coño mira esa?

Yo, hoy, sólo me hago una, una que me atormenta: ¿cuánto pesa mi fracaso? Sí Chona. Se encadenan los intentos fallidos. Una vez por amor ciego. Otra por sentirme amparada. Otra por ponerme a prueba. Alguna más por algún interés que es mejor no confesar. Otra por sus ojos cautivadores. Y otra por lo intenso de su existencia y por el calor de su entrepierna (lo confieso, mi niña. Mucho tiempo sin estremecerme de verdad y me chalé. Fue deliciosos pero cómo dolió al final). Ha habido de todo.

Una, a mi edad, se ha convertido en especialista de primera. Profesional en lo mío, activa y reivindicativa. Dinámica como las abogadas de las series americanas. Y al final, en lo único en lo que soy realmente buena, no cotiza. En lo único que soy una máquina es en empezar de nuevo. Mira, es que no me quedó otra. Y si no ¿qué?

Vamos a ver cómo acabo este viernes. Reponerme en estas situaciones tiene un precio, un coste. Horas de soledad, viajes al súper y horas de todas ustedes aguantándome la cháchara. Sé que te tengo abandonada. Sé que me entiendes.

Gracias por aguantarme hasta cuando ni yo puedo