viernes, 19 de junio de 2015

Que ganas de chillar

y de quedarme afónica. Gritar como una loca.

Paseo por la calle, voy al súper. Subo a tender -no pongo la secadora, es un atropello-, y tomo café con Aurora. Voy al trabajo y vuelvo, produzco y pierdo el tiempo. Veo televisión -cada vez menos- y te hago una visita. Hablo de sexo con Horacio -Horacio es el que habla de eso, a mí me da no sé qué- me tomo un vinito con él y sigue hablando, fuerte hombre promiscuo, pero es tan gracioso. Repaso las cuentas y mi declaración de impuestos, me toca pagar, pero no mucho.

En definitiva me desplazo por la sinuosa carretera de mi existencia y ya en la segunda o tercera curva me pierdo... surge esa presión en mi garganta, las ganas incontenibles de gritar, de chillar, de contar a los cuatro vientos, a todos y a nadie, siempre, irremediablemente, lo bien que me siento.

Por primera vez en mucho tiempo me siento franca, libre y dispuesta. Chona, es como cuando llegábamos al apartamento de veraneo en el sur, muertas de calor y con ganas de meternos en el agua. Una carrera, el biquini puesto a la velocidad del rayo y, de un salto, el alivio y el final a tanta agitación. En el agua de la piscina, fresquitas, de la mano y relajadas. Tranquilas por el refresco y por la certeza de que todo un mes, toda una vida, queda por delante.

Pues así estoy hoy. Quería decírtelo, para que luego digas que sólo te hablo de cosas tristes.