sábado, 11 de noviembre de 2017

Las preguntas


las preguntas idiotas de la mercadotecnia. Hay algunas famosas. Incluso con musiquita asociada que las dispara en tu cerebro al momento de escucharla: ¿A que huelen las nubes? También preguntas históricas que han hecho perder el tiempo a la Humanidad: ¿cuantos ángeles caben el el ojo de una aguja? Otras preguntas que han movido a esa misma Humanidad hacia adelante: ¿Qué hay más allá del Fin del Mundo?

Hay preguntas que se hace cualquiera de nosotras: ¿Habré cobrado ya? ¿Me está mirando a mí? ¿Qué coño mira esa?

Yo, hoy, sólo me hago una, una que me atormenta: ¿cuánto pesa mi fracaso? Sí Chona. Se encadenan los intentos fallidos. Una vez por amor ciego. Otra por sentirme amparada. Otra por ponerme a prueba. Alguna más por algún interés que es mejor no confesar. Otra por sus ojos cautivadores. Y otra por lo intenso de su existencia y por el calor de su entrepierna (lo confieso, mi niña. Mucho tiempo sin estremecerme de verdad y me chalé. Fue deliciosos pero cómo dolió al final). Ha habido de todo.

Una, a mi edad, se ha convertido en especialista de primera. Profesional en lo mío, activa y reivindicativa. Dinámica como las abogadas de las series americanas. Y al final, en lo único en lo que soy realmente buena, no cotiza. En lo único que soy una máquina es en empezar de nuevo. Mira, es que no me quedó otra. Y si no ¿qué?

Vamos a ver cómo acabo este viernes. Reponerme en estas situaciones tiene un precio, un coste. Horas de soledad, viajes al súper y horas de todas ustedes aguantándome la cháchara. Sé que te tengo abandonada. Sé que me entiendes.

Gracias por aguantarme hasta cuando ni yo puedo





lunes, 27 de marzo de 2017

¡Cómo duele!

Cómo me duele el fracaso.  No acertar, no dar con lo que espera que sea y notar su insatisfacción constantemente. En estos momentos me siento patética y dramática y, quizás por ello, exagero. Pero esta situación me agota hasta la extenuación.

Le doy vueltas constantemente. Y me lo repito a todas horas: resulta que soy una tipa difícil. Difícil por propiciadora, difícil por entregar todo mi tiempo hasta que vi que nunca era suficiente. Difícil por no ser sumisa y tolerar a pesar de todo. Difícil por intentar conciliar y hacer las paces aún cuando creía que tenía la razón, por olvidar demasiadas hasta faltas de respeto en público. Difícil por sentir no ser su modelo de compañera...

Ahora soy difícil por estar agotada y no saber qué hacer. Es probable que lo merezca, pero no lo quiero. Por eso me voy.

Siento que que hay momentos en los que envejezco; no me veo mona -porque guapa nunca he sido-, nadie me dice nada agradable... ¡puaj! qué asco me doy. Paso de mí Chona, paso de mí.