viernes, 22 de octubre de 2010

Esa lagrimita

de café. Anoche, a la Charo, que también estaba sóla porque su chico la dejó tirada a última hora y ella para eso es una rueda de fuego, se le ocurrió que podíamos ir a tomar algo. "Salimos a cenar, nos tomamos una copita de vino y mandamos al guano al guanajo de mi novio...". Y yo, siempre más sola que la una, sin planes ni nada mejor que hacer, le dije que sí.

A casa de un cocinero monísimo fuimos a cenar. Cenar. ¡Qué bien comimos tú! Y qué bien lo pasamos. Risas, vino, camarero guapo, comida, más vino, postre...Postre y café. Maldita la hora. Estaba riquísmo también (todos estaban riquísimos, cocinero, camarero, vino y café). Pero chica, luego no pude pegar ojo.

Al principio, ya en casa, con los vapores del alcohol, me quedé dormida. Pero a las dos horas, como disparados por un muelle, abrí los ojos. No es que me llegara la revelación, no es que me diera cuenta de lo confundida que estoy. Es que me desperté con un run-run en el pecho y con todas las matraquilas encendidas y a pleno rendimiento. Una fiesta. Repasé hasta la lista de reyes godos, pero ni con esas (y mira que eso nunca había fallado). No me pude dormir.

Una se siente como una boba, sola en la cama y despierta, inquieta y agitada. Pero por nada, por nadie. Así, atenta y despejada. Me levanté y me puse a planchar, luego doblé ropa, puse música y justo en ese momento sonó el despertador.

Ahora siento que ya no soy la de antes, que tu me vas a ganar siempre en eso. Eso sí, seguro que tengo más ropa limpia, planchada y doblaada que tú. Pero eso no tiene mérito.