miércoles, 12 de noviembre de 2014

No me siento muy tecnológica

aunque el Ayuntamiento, Hacienda, la compañía de teléfonos, el banco y mi Nicolasito se empeñen. Tanto botón, tanto botón...

Yo quiero sentarme con mi infusión a contemplar las cosas. Quiero mancharme las manos en el súper y correr a casa a lavármelas. Quiero preguntarle a la dependienta de la frutería cómo le ha ido el día. Contemplar la sonrisa perfecta del operador de caja y esa figura tremenda del reponedor del lineal de vinos. Y sí, mirar con un poco de rencor, y que me lo note, al funcionario del mostrador de la oficina de Hacienda. Hacer lo que se pueda a mano o con las tripas. No sé...

Yo también mandaría el Whatsapp a casa de mi exsuegra. O a un sitio peor si lo hubiese... Me da una pena tremenda, una pena negra que no me entienda, Chona, cuando le digo que no es el momento y que no son las formas. Y me da pena que, siguiendo su procedimiento, intente ser todo lo clara que una, con mi edad y mi historia, puede ser y no lo consiga.

¡Chacha! ¿Qué puede hacer una si cambias de opinión, si en un ataque de cordura decides conservar lo poco que te queda de sensatez? ¿Qué puedes hacer si intentas marcar otro derrotero y en menos de un mes se te hunde el barco? ¿Qué puede hacer una si intentas contárselo en varias ocasiones y, curiosamente, no está disponible...? Igual piensa que soy una fresca o una desalmada. Pero es todo lo contrario. Igual le duele o le incomoda. Quizás. Lo lamento, chica, lo lamento.

No es que me haya pasado mucho, tú lo sabes. Pero no es la primera vez que me ataca la cordura. Y también sabes que, aunque es duro, a veces una interpreta mal las señales o éstas cambian sobre la marcha. O esas señales cambian tras no suceder lo que tendría que haber sucedido... Solemos exigir de los demás un comportamiento, que nosotros no seguimos, hasta el momento en que no entendemos lo que pasa o, sencillamente, no nos gusta. Y entonces la explicación cambia de estatus y se convierte en excusa. Y eso es comprensible... cuántas veces me habrá sucedido a mí. Pero injusto.

Y ¿qué debo pensar yo si tengo en cuenta lo sucedido? Lo que pasa es que empezar la casa por el tejado, nena, cada día me resulta más difícil. No tengo fuerzas para sujetar el techo mientras hago los muros.

Me quedé perpleja. Chona, te lo cuento a ti porque sé que eres la única que me escucha. No me atrevería a contárselo a nadie más porque no estoy orgullosa de ello. Una vez más me echo a un lado a ver las cosas pasar. Y, bueno, una vez más, me quedo chupando un palo sentada sobre una calabaza.